Las grandes crisis alimentarias en Africa y Asia están más vinculadas con factores políticos y sociales que productivos.
El total de la población del planeta en condiciones de desnutrición asciende a 870 millones de personas, que es el nivel aproximado que se alcanzó en la década del ’80, y que, con un alza o una baja de 15%, se mantiene estable desde entonces.
La mitad de esa población se encuentra en Asia, con epicentro en India, donde habitan casi 300 millones de desnutridos, sobre una población de 1.200 millones de habitantes.
En África Subsahariana, los hambrientos son 239 millones, mientras que alcanzan a 37 millones en Medio Oriente y el norte de África. Por su parte, en América Latina abarca a 53 millones de personas.
El hambre en Africa se caracteriza por su extrema gravedad. Son cuatro los países del Africa Subsahariana en los que se produjeron las únicas hambrunas del siglo XXI (Etiopía en 2000, Malawi en 2002, Níger en 2005 y Somalía en 2011), con la muerte estimada de 1,5 millones de personas.
Estos cuatro casos están directamente relacionados con el colapso de las estructuras estatales, a pesar de que disponían de los recursos alimentarios suficientes en el momento de la crisis.
Lo que allí sucedió es que los estados fallaron en su distribución, o se vio impedida por conflictos armados entre facciones rivales.
Los cuatro casos de hambruna ocurrieron en países que pueden caracterizarse como “Estados fallidos”, en los que la institución-Estado se ha desintegrado ante la intensificación de las pujas sociales, políticas, religiosas y étnicas, hasta el extremo de la guerra civil o el enfrentamiento armado.
La hambruna en Africa en el siglo XXI no tiene raíces primordialmente económicas o climáticas, sino político-institucionales, referidas al colapso o el fracaso de los sistemas político-estatales.
FAO estima que en 2013 se perdieron en el mundo más de 1.300 millones de toneladas de granos, con un valor superior a U$S 1 billón, debido al desperdicio y la corrupción, ambos fenómenos institucionales.
El caso de India –uno de los tres principales países emergentes con China y Brasil-, que es una potencia nuclear, poseedora de un sistema misilístico de carácter estratégico, es altamente significativo.
FAO calcula que India desperdicia más de 40% de su producción de alimentos debido a su ruinoso sistema logístico y al alto grado de corrupción generalizada, de raíz institucional.
Todo indica que los 870 millones de hambrientos que existen hoy en el mundo constituyen un piso relativamente estable de miseria humana; y la dificultad mayor consiste en disminuirla sostenidamente después de la gran reducción de las últimas dos décadas, en la que fue sinónimo de caída de pobreza en el plano mundial.
Un nuevo ciclo de reducción del hambre está vinculado a la reforma institucional y política, no a los aspectos tecnológicos o climáticos.
Por eso la lucha contra el hambre se transforma en un punto central y estratégico de la agenda política mundial, en especial en el Grupo de los 20 (G-20), convertido en la plataforma de gobernabilidad del sistema y centrado en el eje constituido por la alianza estratégica entre Estados Unidos y China, tras el encuentro de Annenberg, California (en 2013), entre los presidentes Xi Jinping y Barack Obama.